Octubre es un mes genial para viajar en bici, al menos en la zona del Mediterráneo. Con permiso de la gota fria, el verano suele dar interesantes coletazos ese mes. Todavía hay horas de luz, y la marabunta de gente estival, ni se huele. Para nosotros los condicionantes en esa época vienen por los exámenes, deberes escolares y falta de vacaciones, con lo que este viaje se ha ajustado a lo que podíamos.
Sabiendo que se podía llegar en tren a Alcoy con las bicis, enseguida nació en mi este viaje. Para llegar al mar tenemos la via verde del Serpis, y luego de Gandia hasta Valencia todo es llano. Hubiese estado bien haber enlazado nuestra ruta con la via verde Xixarra, o haber ido desde Valencia a casa pedaleando, pero no pudo ser, porque solo contábamos con 48 horas.
La aventura empezó con el cercanías que nos llevaba de Castellón, a Valencia Estación del Nord, para luego tomar un media distancia que nos llevaba hasta Alcoy. Hay que reservar espacio para la bici en el tren al teléfono 96 353 71 72. Las bicicletas van en un pequeño cuarto, aunque por un despiste mío, tuve que pasear las bicis por un vagón a tope de gente, muy a lo mr Bean. Llegados a Alcoy fuimos a buscar el hostal Savoy, muy céntrico y recomendable, donde nos quedamos. Dimos un paseo guapo buscando un lugar para cenar porque no había mucho donde elegir, algo que me sorprendió en una ciudad tan chula como Alcoy.
SALIMOS DE ALCOI
Al día siguiente nos pusimos a pedalear por la via verde del Serpis con muchas ganas, buscando el mar. Sin embargo tuvimos que para varias veces, por varias historietas mecánicas. La mas importante es que me fijé que llevaba la dirección suelta puesto que unos días había cambiado la potencia. Conclusión, probar bien cualquier cambio mecánico antes de salir de viaje. Si no vas a gusto con tu montura, la cabeza no se acaba de centrar. Es como acudir a una cita con la cremallera de la bragueta rota. El camino primero iba por un camino de polígono que terminaba en una carretera transitada y peligrosa que había que cruzar. Con mucho cuidado, pasamos y ya apareció la vía verde del Serpis. Decir que no es una via acondicionada, y que las señales son pocas, y tocaremos varias veces carretera. Aun así, este primer tramo tenia su túnel, buen camino de tierra, y una suave pendiente a favor.
El siguiente pueblo que cruzamos por su calles fue Cocentaina, unos metros mas de carretera y de nuevo mas vía verde. Llegamos a Muro de Alcoy, lugar que me resultaba familiar de cuando hice con amigos la vía verde del Serpis. Un camino rural nos dejó en Gaianes. Aquí hay que recorrer un trozo la carretera, hasta pasar Beniarres, donde un desvío al salir unos metros del pueblo, nos devuelve a la vía verde. Este punto es critico porque está en plena bajada y es fácil pasárselo en plena euforia del descenso. Antes estaba señalado con una flecha en el suelo, pero ahora ya no.
El camino nos llevará hasta la estación abandonada de Lorxa, con el castillo arriba en la montaña. Aquí se acaba el asfalto y viene lo mas bonito del recorrido, donde vas acompañando al río Serpis por su espectacular cañón. Aquí hay que tener cuidado con la bajada en algunos puntos porque hay mucha piedra, y barranco al lado. Nosotros con neumáticos mixtos, pasamos bien aunque íbamos con las alforjas poco cargadas. Nos dedicamos a disfrutar de este precioso entorno parando a ver el río, en el salto de agua, la fabrica de la luz y los túneles. Todo a un ritmo y con prioridades diferentes a cuando vas con amigos en vez de con tu hijo. El camino no tiene perdidas hasta que una señal de «camino sin salida» indica el desvío a seguir. Si continuas recto te puede pasar como el correcaminos, puesto que el viejo puente lo vendieron como chatarra y caes sin remedio al vacío. Unas rampas llevan a la cantera abandonada, donde una trepidante bajada te deja en el pueblo de Villalonga.
LLEGADA A GANDIA
Desde Villalonga para llegar a Gandia tomamos una carretera comarcal la CV-680, que para ir con niños no mola. Fallo mío al no haber estudiado bien el track en casa, porque podía haber buscado alternativas por caminos rurales. Cada vez estamos mas preparados para circular por cualquier lugar, aunque no dejo de pensar que no me gustaría que un susto truncase nuestra vida cicloturista. Legamos a Gandia, y comprobé que no está mal para circular en bici, hay ciclocalles y carriles bici (algunos infames). Sin embargo el carril bici que lleva al grao de Gandia está muy bien. Luego otro lleva por toda la playa. Eso si, la conexión entre ambos falla . Mientras cruzábamos la población, mi hijo me pedía buscar los escenarios del reality Gandia Shore. Yo me hubiese conformado con ver alguna pilingui de esa especie, pero todo lo que encontramos fue el chiringuito Budha escenario de sus correrías.
Tras acabar con la playa de Gandia, tuvimos que tomar otra comarcal, aunque esta con un arcén generoso. Unos kilómetros más tarde nos desviamos a la playa de Xeraco donde íbamos a pasar noche el camping Sant Vicent. Pese a que hacia viento, fresco y el cielo estaba cubierto, no pudimos evitar terminar ese dia con un baño en la playa. Nadie se bañaba pero nos daba igual chapoteando como focas ese momentaco.
SALIDA DE XERACO
El domingo amaneció soleado, despejado y sin viento. Daban ganas de poner unos flotadores y volver con las bicis por el mar. Dejamos la idea para el futuro, y cruzando el rio Vaca, dejamos la playa de Xeraco. Durante unos kilómetros evitamos la carretera, y pasamos junto a la playa de Tavernes de la Valldigna. Una pintada hablaba de corrupción y urbanismo. Y a tenor de la selva de altísimos y recientes bloques de mas de 10 pisos, pues algo de razón tenían. Una pena, la costa valenciana.
Llegamos a Cullera, lugar para mi de recuerdos infantiles de excursiones escolares. No me pasó desapercibido el trozo de rio Jucar en la desembocadura que tiene buena pinta para navegar en kayak con mi hijo. Tras una paradita a almorzar frente al mercado, rodeamos la montaña, y ya nos apareció ante nosotros la enorme llanura de la Albufera. Se nos hizo más grande que nunca porque mi hijo se agobió un poco. Para evitar la carretera y usar caminos habia que dar un rodeo importante . La Albufera esta llena de caminos, pero muchos sin salida y hay que saber muy bien los que tomas. Para postres el pueblo del Palmar, con sus casas bajas no se veía en la distancia. Nos separábamos de la costa y mi hijo sabia que el camino estaba allí, junto al mar, con lo que la cabeza le jugó una mala pasada a sus piernas. Fue un poco apurada la llegada al Palmar, pero un arrocito a banda nos curó todo.
Lo que faltaba de camino ya nos lo sabíamos de otros bolos y excursiones. Se trataba de cruzar la devesa del Saler. Pero, lo que parecia un trámite mientras la hacíamos pedaleando en modo «tranqui-digestion», se convirtió en el punto de aventura del viaje. Un cielo despejado, el viento lo convirtió en un rato en un frente de tormenta que acojonaba. Viento de tempestad, cielo negro, rayos, pájaros que no volaban…. eran señales que iba a caer una de antología. Hay que recordar que era época de gota fría, muy violenta en Levante. Y nosotros íbamos directos hacia esa tormenta, porque ese era nuestro camino a casa, y no había plan B. El miedo puso nuestras piernas a tope para tratar de llegar a Valencia antes del cataclismo. Sin embargo la naturaleza nos ganó la partida y cuando empezaron a caer gotas, fuimos conservadores y nos refugiamos en un bar.
Lo que tenia que ser el Apocalipsis quedó en el pedo de una gallina, y unos veinte minutos mas tarde volvíamos a pedalear. Esta vez entre charcos, olor a tierra mojada y soledad. Una buena manera de llegar a Valencia ciudad, y la estación del Cabanyal, donde el cercanías nos llevaría a casita. En el tren nos tocó hacer contorsionismo, equilibrismo y mentalismo para transportar nuestras bicis, pero eso es otra aventura, que no cabria aquí.
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