IBIZA EN BICI Y LA PITIUSONA

Después de vivir la Citricona de Valencia, y la Pantumacona de Barcelona….la Pitiusona estaba tatuada en nuestra piel, desde meses. Ha sido una excusa genial para reivindicar (una vez más) el protagonismo de la bici en la movilidad, y regresar a Ibiza y Formentera. Como no, con mi hijo, y un gran amigo Paskui.

Puede que me haya saltado pasos, y no tengas idea de que es la masa crítica. Hace unos años (1992) en San Francisco un grupo de ciclistas se empezaron a reunir una vez fija al mes, para rodar juntos. Era una forma de reclamar y reivindicar el espacio para las bicis, en un entorno de las ciudades actuales en los que el coche y su contaminación invaden todo. Un ciclista solo es devorado por los coches. Muchas bicis juntas hacen que los coches tengan que parar. El fenómeno se hizo viral en ciudades de toda clase y condición del mundo. Siempre con un aire divertido, pacífico pero reivindicativo. En España, se hace en muchas poblaciones, pero una vez al año en una ciudad elegida, se convoca a todo el mundo. Es lo que se llama Criticona, que luego en cada lugar se conjuga de forma diferente. Este 2017 era la Pitiusona en Ibiza, y en el 2018 será en León la Cazurrona.

QUE ES LA MASA CRÍTICA

La masa critica per se, no es una organización. Es una fecha y una hora conocida para que todo ciclista acuda. Sin embargo cuando se monta una Criticona, la gente de la ciudad ayuda a los que vamos a ir a encontrar alojamiento popular, bicicleta si no la has podido llevar y actividades complementarias. Al percibir fuertes señales de desorganización, decidimos ser autónomos. Por tres votos a cero, decidimos tirarnos todo el domingo en ese paraíso que es Formentera, y buscar algo low cost para dormir en Ibiza.

La salida desde casa fue potente, los papas ciclistas descargamos las bicis de nuestros cachorros lastrando las nuestras. Una bici sobrecargada, y un mal movimiento al subir la escalera mecánica….resultado: mi bici me hizo la cobra, y me tiró al suelo. Ver como mi bici subía hacia la cumbre sola, mientras yo luchaba por levantarme en una vomitona de escalones mecánicos, fue digno del final de una ópera de Wagner. Confundidos con el susto, pedaleamos la noche de Valencia hasta llegar al puerto. Para mi fue muy emocionante ver las entrañas del ferry petadas de bicis, tantas que casi no quedaba pared para colocarlas. La euforia de la gente, y el ambiente ciclista me ponía ya pronto, tontorrón, tontorrón.

LLEGADA A IBIZA

El ferry nos dejó en el puerto a eso de las 5:20 de la madrugada. Cansados, sin lugar a donde ir ni dormir, pusimos rumbo a Ibiza. No había nada abierto, salvo el bar «los amigos» un local que no habría pasado ni el casting de Makinavaja. Allí pasmados frente un café con leche, se refugiaba lo mejor de la noche Ibicenca, aficionados del athletic de Bilbao (¿?), solitarios/as que no habían tenido su noche con el amor, y gente más dopada que el camello de Pocholo. Por eso con las primeras luces mi hijo ya pedía irnos del local. La verdad es que fue una gozada ver el amanecer mientras pedaleábamos el paseo de playa en Bossa. El contrapunto era la gente que nos encontrábamos. Su forma de caminar o vestir, denotaba que la noche para ellos no había terminado.

Dejar atrás todo ese rollo de Ibiza=fiesta, dió más valor el llegar al parque natural de ses Salines, uno de los parajes más chulos de la isla. Dimos un paseo a pie por es Cavallet i ses Salines. Hasta hicimos un mini-siesta. Esperábamos ciclistas de la Pitiusona, pero como no aparecían, el hambre nos hizo volver a Ibiza a hacer el check in en nuestro hotel.

RODANDO CON LA PITISUONA

Ya por la tarde, acudimos un poco desorientados al punto del inicio de la Pitiusona. Llegamos un poco tarde y no había nadie !!! Por un momento pensé que nos la íbamos a perder. Por suerte a otro grupo le había pasado lo mismito. Que hacer ?? dar vueltas hasta encontrarlos ?? esperar quietos ?? Por suerte, en pleno dilema aparecieron «no nos mires, únete !!!» (típico lema de la masa critica). Y allí que nos metimos. Por si nunca has ido a una Criticona es muy, muy divertido. Se trata de hacer ruido, hay gente que lleva música, otros bicis de colección, otros regalan cervezas (con moderación). La cuestión es que la gente al pasar te mire, y que los coches por un momento paren al paso de las bicis. De vez en cuando hacíamos una parada para agruparnos, y era buen momento para hacer la ola, levantado nuestras bicis. Aunque suene a cursi, la masa critica es una forma simple de decir cosas complicadas. A mi me gusta porque une a gente de todo pelaje y condición, pero que tienen en común que creen que la bici es divertida y ayuda a hacer más humanas las ciudades.

Al atardecer de Ibiza terminó la Pitiusona, entre aplausos. Llegó el momento de decidir al estilo de los payasos de la tele (a ver quien coreaba más) la ciudad de la Criticona 2018. Nosotros hicimos fuerza por los nuestros, los de Castellón, pero al final Leon se llevó la Criticona a casa (creo que de forma ajustada pero justa). Acabamos la noche cenando, y conociendo la zona vieja de Ibiza que tiene mucho encanto con sus locales de copas y moda. Ya no quedaron fuerzas para más.

ROAD TO FORMENTERA

Al día siguiente, a las 8:00 tomábamos el primer ferry a Formentera. Se trataba de apurar todo lo posible las horas en la isla. Sin embargo la previsión del tiempo nos daba viento, y que íbamos a jugar al corre que te pillo con el sol. En el barco íbamos en familia con lo estuvimos charlando con los pasajeros, y conocimos a Alba, una simpática enfermera granadina que viajaba sola a la isla. Le dimos unos consejillos para hacer Formentera en bici. Por tercera vez en mi vida sentí mariposas en la barriga al bajar pedaleando por la rampa del ferry, para saborear Formentera. Las primeras sensaciones fueron geniales camino de es calo des morts. Sol, el olor limpio de Formentera y toda la tranquilidad del mes de abril. Todo fue bien, hasta que pusimos las toallas en la arena. El cielo se puso, gris, gris y el viento subía cada vez más. Del «vamos a bañarnos» pasamos a ponernos toda la ropa que llevábamos. Aguantamos un buen rato, pero vimos que allí no podíamos estar. Con las orejas caídas recogimos buscando refugio del viento al otro lado de la isla. Una figura familiar con su bici venia de cara, era la enfermera con su bici alquilada. Paskui la convenció que se nos uniera. Ella nos regalaba su divertida conversación y sus bolsas de papas. Nosotros a cambio le enseñábamos rincones de Formentera, bonitos y a salvo del viento.

Y así fue como llegamos a cala en Baster. Además un poco antes de aparcar las bicis el sol se abrió entre las nubes. La magia de Formentera empezaba a enderezar un día que se estaba torciendo. Sin comer ni dudar mucho, nos tiramos a la piscina que es esa cala. Había que aprovechar si o si la tregua del viento y las nubes. El agua estaba fría si, pero todos acabamos (por turnos) en el agua, algunos sin y otros con bañador. Espantamos a los pocos que había en la cala (no los íbamos a lanzar al agua) y nos quedamos solos. El bocata de mortadela nos supo a gloria.

Descansamos un rato, pero como era el único con libro, perdí por 1-4 al votar ir a Ses Illetes. Como siempre es una gozada llegar en bici a este rincón, pese que fue el lugar de Formentera donde más gente encontramos. Como no podía ser de otra forma, fuimos mi hijo y yo caminando hasta la punta. Por tercera vez nos quedamos en la orilla sin poder cruzar a Espalmador. Creo que la próxima lo hacemos como sea para visitarla. Esta zona es mágica. Barrida por el viento, apenas crece nada y la gente acumula piedras unas encima de otras. Incluso un señor (que no pillamos) crea esculturas con lo que el mar lleva. Este año tendrá materia prima, porque con disgusto vi demasiada basura depositada por el mar.

ATARDECER EN FORMENTERA

Ya me había resignado por culpa de las nubes juguetonas a no ver la puesta de sol. Sin embargo el embrujo de Formentera, volvió a hacer de las suyas, y volviendo de Ses Illetes a la Savina, vimos que si, que si que habría atardecer en el mar, de los guapos. Momentazo, especialmente para los de la península que siempre vemos acostarse el sol por las montañas. Quedarnos a ver el atardecer, suponía esperar el último ferry. Encontramos un lugar muy chulo, resguardado del viento a la orilla del estany des peix donde apuramos los rayos del sol. Solo se escuchaba el chapotear de las barcas amarradas, y nuestro masticar, que la bici da mucha hambre.

Llegamos a Ibiza y solo quedaron ganas de despedirnos de Alba, la enfermera que daba ganas de ponerse enfermito, e irnos a dormir. Y poco más queda por contar, porque el ferry salía a media mañana. Me hizo gracia que de camino al puerto íbamos solos, y a cada calle se iban sumando gente con bici y alforjas. Al puerto llegamos un pelotón ciclista con todas las letras. Aun quedaban un buen puñado de horas hasta llegar a Valencia. Tiempo suficiente para ir tramando como ir en el 2018 a Leon, a la Cazurrona.

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