DELTA EBRO GRAVEL EXPERIENCE

Este sábado he vuelto a estar pedaleando por el delta del Ebro, en «modo Gravel». Esas dos palabras que sonarían fatal en una UCI de hospital se refieren en realidad al Tsunami que está sacudiendo el ciclismo en España. Las Gravel son unas bicis de carretera, a las cuales se le hacen las modificaciones necesarias para funcionar fuera del asfalto. Contado así es muy bruto, y simplificado, otro día te cuento la telita que hay en esto del Gravel.

VER EN GRANDE

RUTA GRAVEL DE VERDAD

La cuestión es que desde hace meses yo tengo una Kona Rove AL y mi amigo Key hace poco que se ha comprado una Cloot FX700 bonica, bonica (y barata). Buscando una ruta gravel, no hubo que reñir mucho. El delta del Ebro es como una tela de araña llena de caminos rurales asfaltados y otros de tierra. Además todo llano que seguimos en modo post-navidades.

El Delta ofrece infinitas posibilidades de rutas circulares. Solo debes armarte de un buen mapa, puesto que al ser territorio de arrozales y humedales, las acequias acuchillan el terreno. Ya me ha pasado en el delta seguir un camino y tener que volver por culpa de un canal que no se podía cruzar. Como en septiembre estuve haciendo una ruta triangular por el norte del delta, me hacía ilusión hacer algo parecido por el sur. Nuestro punto de partida fue Sant Carles de la Rápita.

El día salió fresco (estamos en enero), pero con sol y lo más importante en el delta: sin apenas viento. Todo esto dibujaba un mar plato, y al estar entre kayakistas el culo nos hacía gaseosa mirando lo genial que estaba la bahía dels Alfacs para navegar. Con este panorama, empezamos a pedalear de subidón camino del Poblenou. Este tramo fue el menos agradable por los coches que nos adelantaban, y lo estrecho del camino. Como desde el minuto 2 Key preguntaba donde almorzábamos, paramos en Poblenou frente la iglesia. Estaban bendiciendo animalicos.

Con un bocata y un café el delta tenia otro color, y cruzamos la laguna de la Tancada. A mi me venían recuerdos de otro día de invierno pedaleando en familia. Ya al final  de este tramo fuimos a buscar un lugar muy chulo: el principio del trabucador. Allí un muelle deja adentrarse unos metros en la bahia dels Alfacs. Allí ya se acabó el asfalto, y el camino era de tierra con placas de arena, que sin avisar te hacían derrapar.

TRAMO SIN CAMINO

Buscando de nuevo el norte recorrimos la playa de Eucaliptus, por caminos de tierra bastante transitables y muy gravel. El plan era dejar la playa y seguir por el interior al llegar a la urbanización. Pero nos lanzamos a la piscina siguiendo un camino que llevaba hacia la gola de Migjorn, por la orilla de la playa. Yo no las tenia todas, porque esa zona en los mapas es opaca y parecía intransitable. Al final nos salió bien la jugada. Pasamos por lugares muy salvajes y pudimos hacerlo casi todo pedaleando. Eso si, los últimos 600 metros hasta llegar a la gola de Migjorn, los tuvimos que hacer caminando. Esta vez el fin, justificó los medios.

Hicimos una parada en la torre de l´Alfacada a disfrutar de las vistas. Todo estaba muy solitario, y eso era un valor añadido para sentirte más conectado con un espacio natural lleno de vida como el delta. De nuevo en marcha llegamos hasta el principio de la illa de Buda, donde arranca el camino gr-99 que bordea el Ebro por la margen derecha. Ahí los kilómetros acumulados por tierra y la falta de comida pasaron factura a Key en forma de pequeña pájara. O a lo mejor era una cacatúa, porque yo no la vi. Yo estaba más en admirar el agua del río Ebro. Al no haber nada de viento hipnotizaba ver el agua que parecía aceite.

RECORTANDO EL PLAN

Mirando la altura del sol y el reloj, teníamos como dos horas de luz, y muchos kilómetros por delante. Por eso replanteamos recortar el recorrido al llegar a Sant Jaume d´Enveja. Con un café con leche y una estupenda tarta de manzana, recuperamos energía y moral para decirle a San Google Maps: «llévanos en bici hasta el coche». Ya de nuevo por asfalto y caminos tranquilos vimos recortarse en el horizonte Sant Carles. Estábamos salvados :)

Paramos varias veces pero no por cansancio. Es que ver como el sol se iba a dormir tras el Montsiá creó momentos mágicos, con reflejos en los arrozales medio encharcados, y llenos de pajaricos. Hasta Bertin Osborne se habría parado a hacer fotos. Llegamos a Sant Carles en penumbra, y felices como perdices. Había sido un día de gravel fantástico.

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